Entras en algunos centros, ves los planes de estudio y el espacio y –sobre todo- el tiempo dedicado a desarrollar las artes y se te cae el alma a los pies. No habría por qué oponer estas actividades a otras materias, pero, a veces, da la sensación de que la balanza se inclina excesivamente hacia un lado, mientras quedan tiritando escuálidamente, apresadas entre barras y límites de rellenado, las ideas nuevas, las estrategias de invención, y la exploración creativa de nuestro mundo.
Por eso traigo este libro aquí hoy, directamente desde las amables baldas de la Biblioteca Pública de Valencina de la Concepción, en Sevilla. Me lo ha enseñado Yolanda, con una sonrisa cómplice ante mi petición de búsqueda de libros descatalogados para rescatarlos en este blog.
A la Biblioteca llegó gracias a la donación anónima de alguien convencido de que, aunque desgastados en su aspecto, algunos libros merecen ser compartidos.
Y aunque molesta en su lenguaje algo arcaico una separación de roles que hoy nos parece superada, si obviamos ese aspecto resulta francamente estimulante ver que existen recomendaciones semejantes incluidas en los planes de los estudios de Magisterio –para eso era el libro- del año 1935. No sé si la Memoria que hacemos al recuperar este texto es Histórica o no. Pero no cabe duda de que a veces se nos olvidan cosas que son tan obvias y tan importantes, que tendremos que idear de nuevo tablas de ejercicios así para tonificarnos un poco. Y no estoy hablando del aspecto físico, claro, como diría el papá del relato.
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