miércoles, 25 de marzo de 2009

Títeres y Libros




Lo bueno de ir visitando bibliotecas por el mundo, es que siempre encuentra uno, mirando entre los anaqueles más alejados del rincón de novedades, algún tesoro.
El pasado martes 24 de Marzo estuve en la Biblioteca de Los Barrios (Cádiz), charlando con niños y niñas de 11 años sobre Libros Ilustrados.
Pero antes de que llegaran a la visita, y arropado por Mercedes y por Dori, guías excepcionales que están a punto de abandonar su viejo barco por uno mayor que las haga recorrer nuevos mares, dimos con uno de esos tesoros que se esconden bajo una apariencia gastada.
"Títeres con cachiporra", de Ángeles Gasset, es uno de esos pocos libros sobre cómo hacer títeres, que esconden perlas para aquella persona que quiera acercarse a la creación de sus propios espectáculos.
Dedicando poco tiempo a la construcción, proponen pequeñas obras para llevar a la escena. Pero lo mejor, lo más valioso que esconde este librito gastado, son sus ejemplos sobre cómo organizar de manera global la representación, ofreciendo ejemplos de realización de guiones condensados a la manera de mínimas escaletas.
El libro, publicado por Aguilar, es del año 1967, así que imagino que será difícil de encontrar. Pero siempre quedan algunos en nuestras bibliotecas más cercanas (consulta, eficiente, Dori, y me dice que hay 27 ejemplares repartidos por toda Andalucía).La apoteosis la pone Mercedes enseñándome una colección de libros ilustrados por José Ramón Sánchez. Pero de él hablaré, más extensamente, otro día, después de encontrarlo por sorpresa, como no dudo que sucederá, en otra biblioteca.

miércoles, 11 de marzo de 2009

De pequeño, tuvimos en casa un proyector de películas. No hablo de un cinexín, ni de un vídeo rudimentario, sino de un aparato grandote, con bobinas del tamaño de un balón aplastado, y película en tiras de celuloide que había que pegar con acetona, cuando se rompían.
Los rollos –mudos- de Abbot y Costello, del Gordo y el Flaco, y de algunos actores cuyos nombre nunca supimos, se enrollaban en un tableteo continuo que arropaba el movimiento algo trastabillado de sus peripecias alocadas en la pared. Y, algunas veces, el juego consistía en superponer bandas sonoras, efectos especiales o incluso diálogos inventados en aquello que sucedía en la penumbra cálida de nuestra salita.
Debió ser por eso que no pude resistirme: hace un par de meses, pasando por entre los abarrotados puestos del mercadillo que se pone en el Parque Norte, me tropecé con una caja con las esquinas algo raídas que contenía una decena de rollos parecidos a los que disfrutábamos entonces.
Cubiertos de polvo, cuando levanté uno de ellos para mirar al trasluz los fotogramas, esperando encontrar alguno de esos rostros ya pasados de moda, me sorprendió ver un esqueleto en una esquina. Como es lógico, no pude resistirme: me hice con la caja entera, que me salió, a decir verdad, más barata de lo que pensaba.
Hoy el proyector anda tan cascado que no sé si podremos ponerlo en funcionamiento. Pero mientras tanto, mi amigo Julián, al que le gustan todos los cachivaches informáticos que salen de las industrias con tanta velocidad como inventiva, me sugirió la posibilidad de convertir esos fotogramas analógicos –y un tanto desgastados, la verdad- en ficheros en formato digital.
Nos hemos puesto a ello en ratos perdidos y, aunque me da la sensación de que vamos a tener que rellenar un poco algunas lagunas, porque el material parece inconexo y anda más liado de lo que aparentaba (al final no sé yo si fue tan barato), lo primero que hemos conseguido salvar tiene un aire que, francamente, nos ha gustado.
Es poco, por el momento, lo que podemos ofrecer. Pero es tanto el entusiasmo que nos ha despertado, que, en cuanto dispongamos de suficientes huecos en nuestras tareas cotidianas, iremos desgranando los diez rollos y subiéndolos a la red, para compartir este hallazgo que, aunque pequeño, nos parece simpático.
Espero, por supuesto, vuestros comentarios.
Ahí va el primero.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Títeres a la vuelta de la esquina


Cuando comenzamos a diseñar espectáculos para títeres, había un buen montón de cosas que no sabíamos, pero una que sí que teníamos clara: queríamos llegar a cualquier lugar con las mejores condiciones posibles. Daba igual el aula pequeña de colegio rural, que un gimnasio modesto en un centro cívico o un rincón en la biblioteca, rodeados de estantes y anaqueles repletos de libros infantiles: lo importante era hacer posible el prodigio allí donde no se había dado antes.
Es por eso que nos llevamos, muy a menudo, sorpresas gratas al probar nuevos espacios en los que no habíamos entrado aún.
Así ha ocurrido en el Museo Arqueológico de Úbeda este pasado domingo 1 de Marzo donde, con motivo del día de Andalucía, nos invitaron a participar en esta celebración.
El patio, precioso y recoleto, hizo así que, por un día, los objetos quietos que se atesoran en las vitrinas tras el frío cristal, fueran protagonistas y cobraran vida. Como en una metáfora sobre lo que un lugar así propone, conseguimos dar entre todos los que allí nos juntamos, vida a lo inerte.
Concentrados, sonrientes, asustados, partícipes en fin, niñas, niños y adultos daban sobre cada retazo de tela, sobre cada mechón de lana y sobre cada perfil tallado, el empujón necesario para obrar el milagro.
Y aún hubo quien no se marchó hasta ver cómo se recogía y se cerraba la última cremallera de nuestro retablo, asistiendo al proceso con la misma expresión que acompaña al mago que hace desaparecer la paloma entre los pliegues de un pequeño pañuelo, que lanza luego al aire, vacío y lento.
Esos ojos abiertos a lo maravilloso que parecieron engullir cuanto allí hicimos, presiden los buenos recuerdos que nos llevamos del encuentro inusual en este nuevo espacio, que tanto disfrutamos.