De pequeño, tuvimos en casa un proyector de películas. No hablo de un cinexín, ni de un vídeo rudimentario, sino de un aparato grandote, con bobinas del tamaño de un balón aplastado, y película en tiras de celuloide que había que pegar con acetona, cuando se rompían.
Los rollos –mudos- de Abbot y Costello, del Gordo y el Flaco, y de algunos actores cuyos nombre nunca supimos, se enrollaban en un tableteo continuo que arropaba el movimiento algo trastabillado de sus peripecias alocadas en la pared. Y, algunas veces, el juego consistía en superponer bandas sonoras, efectos especiales o incluso diálogos inventados en aquello que sucedía en la penumbra cálida de nuestra salita.
Debió ser por eso que no pude resistirme: hace un par de meses, pasando por entre los abarrotados puestos del mercadillo que se pone en el Parque Norte, me tropecé con una caja con las esquinas algo raídas que contenía una decena de rollos parecidos a los que disfrutábamos entonces.
Cubiertos de polvo, cuando levanté uno de ellos para mirar al trasluz los fotogramas, esperando encontrar alguno de esos rostros ya pasados de moda, me sorprendió ver un esqueleto en una esquina. Como es lógico, no pude resistirme: me hice con la caja entera, que me salió, a decir verdad, más barata de lo que pensaba.
Hoy el proyector anda tan cascado que no sé si podremos ponerlo en funcionamiento. Pero mientras tanto, mi amigo Julián, al que le gustan todos los cachivaches informáticos que salen de las industrias con tanta velocidad como inventiva, me sugirió la posibilidad de convertir esos fotogramas analógicos –y un tanto desgastados, la verdad- en ficheros en formato digital.
Nos hemos puesto a ello en ratos perdidos y, aunque me da la sensación de que vamos a tener que rellenar un poco algunas lagunas, porque el material parece inconexo y anda más liado de lo que aparentaba (al final no sé yo si fue tan barato), lo primero que hemos conseguido salvar tiene un aire que, francamente, nos ha gustado.
Es poco, por el momento, lo que podemos ofrecer. Pero es tanto el entusiasmo que nos ha despertado, que, en cuanto dispongamos de suficientes huecos en nuestras tareas cotidianas, iremos desgranando los diez rollos y subiéndolos a la red, para compartir este hallazgo que, aunque pequeño, nos parece simpático.
Espero, por supuesto, vuestros comentarios.
Ahí va el primero.
Los rollos –mudos- de Abbot y Costello, del Gordo y el Flaco, y de algunos actores cuyos nombre nunca supimos, se enrollaban en un tableteo continuo que arropaba el movimiento algo trastabillado de sus peripecias alocadas en la pared. Y, algunas veces, el juego consistía en superponer bandas sonoras, efectos especiales o incluso diálogos inventados en aquello que sucedía en la penumbra cálida de nuestra salita.
Debió ser por eso que no pude resistirme: hace un par de meses, pasando por entre los abarrotados puestos del mercadillo que se pone en el Parque Norte, me tropecé con una caja con las esquinas algo raídas que contenía una decena de rollos parecidos a los que disfrutábamos entonces.
Cubiertos de polvo, cuando levanté uno de ellos para mirar al trasluz los fotogramas, esperando encontrar alguno de esos rostros ya pasados de moda, me sorprendió ver un esqueleto en una esquina. Como es lógico, no pude resistirme: me hice con la caja entera, que me salió, a decir verdad, más barata de lo que pensaba.
Hoy el proyector anda tan cascado que no sé si podremos ponerlo en funcionamiento. Pero mientras tanto, mi amigo Julián, al que le gustan todos los cachivaches informáticos que salen de las industrias con tanta velocidad como inventiva, me sugirió la posibilidad de convertir esos fotogramas analógicos –y un tanto desgastados, la verdad- en ficheros en formato digital.
Nos hemos puesto a ello en ratos perdidos y, aunque me da la sensación de que vamos a tener que rellenar un poco algunas lagunas, porque el material parece inconexo y anda más liado de lo que aparentaba (al final no sé yo si fue tan barato), lo primero que hemos conseguido salvar tiene un aire que, francamente, nos ha gustado.
Es poco, por el momento, lo que podemos ofrecer. Pero es tanto el entusiasmo que nos ha despertado, que, en cuanto dispongamos de suficientes huecos en nuestras tareas cotidianas, iremos desgranando los diez rollos y subiéndolos a la red, para compartir este hallazgo que, aunque pequeño, nos parece simpático.
Espero, por supuesto, vuestros comentarios.
Ahí va el primero.
PERO HOMBRE TU CREES QUE NOS PUEDES DEJAR CON LA DUDA DE QUE PASARÁ DATE PRISA EN EL CONTINUARÁ
ResponderEliminarEs una pasada, me has dejado intrigada, que le pasa despues a la muertecita que tierno el nombre no... oye saca tiempo de donde no haya y comparte con nosotros ese material, graias, suerte. Ana Jáen
ResponderEliminarVaya con la muertecita.No es tan vieja como parece.
ResponderEliminar¡¡Madre mía!!, ¿de qué año serán los rollos?
ResponderEliminarEsperando ese CONTINUARÁ...
que bonito! me encantan las historias de miedo ¿es de miedo? no se, continua asi.
ResponderEliminar